miércoles, 11 de julio de 2012

Día 2: "Réquiem para una marmota"




Anoche dormí pésimo. Antes de acostarme hablé por teléfono con mi amiga Maca y le conté lo del “Personal Trainer”, lejos de darme coraje y felicitarme por tan saludable iniciativa, se dedicó a infundirme terror. “¿Pero no te da miedo meter a un desconocido en tu casa?”…gluc! No lo conozco, tenía toda la razón. Lo había visto sólo una vez y me había parecido confiable. Una vez sembrada la semilla de la paranoia en mi cabeza no podía dejar de pensar en todas las maneras posibles en que el “personal trainer” me podría asesinar. ¿Y que tal si en vez de perder kilos …perdía la vida…? ¡noooooooooooooooooooo!. Entre pesadilla y pesadilla decidí que llamaría a primera hora al “presunto asesino” y le diría que mi pololo se había puesto celoso y que no era buena idea y que él iba a pagar y varias chivas más. Traté de seguir durmiendo, antes de conciliar el sueño otro pensamiento comenzó a bailar en mi cabeza. ¿Qué tal si esta era la perfecta excusa para seguir siendo marmota? Cuatro horas antes estaba tan decidida a cambiar mi vida, mis rutinas, mi salud ¿y ahora por un comentario me iba a seguir revolcando en mi marmotismo? No, no no. A dormir que mañana hay que levantarse llena de energía para ejercitarse…y con la carita llena de risa.
Desperté a las 8 y media, justo una hora antes de que llegara David, el “estrenaol”. Mientras me hacía desayuno no podía dejar de pensar una y otra vez si era buena idea. Decidida tomé el teléfono y lo llamé para decirle que no viniera y le daría las excusas que ya había masticado bastante.
-Aló
-Aló David, hola…eh ¿Ya vienes en camino?
-Sí, ya voy en la micro.
- Aaaah, ya…eh… eso quería saber. No vemos…
No me atreví a decirle que no viniera. De verdad quiero dejar de ser una marmota, pero no me quiero poner en riesgo. Así que idee un plan. Bajé a hablar con mi conserje Don Juan. Algo así como mi ángel guardián desde que me cambié a este edificio. Le dije que le pediría un favor raro. (A estas alturas ya está acostumbrado). Mi encargo esta vez sería que cuando mi entrenador llegara Don Juan le exigiría llenar una ficha con sus datos y le retendría el carnet de identidad hasta que se retirara, que de otra manera no podía autorizar su ingreso.
Don Juan es un seco, revivió sus años de gloria en carabineros y cumplió con creces mi encargo.
Finalmente David llegó a mi departamento, listo para comenzar mi entrenamiento. Una razón importante por la cual lo elegí a él para esta tarea es que me cayó bien. Es “livianito de sangre” como diría mi mamá. Ni sobrado, ni fantoche, ni mijito rico, ni “pasao pa la punta”. Es un piola que me habla de su polola y de su gato con el mismo cariño. Teo, mi gato le agarró buena al tiro y se acostó en su mochila.
-“Ya, ¡manos a la obra!
Me subí a mi bicicleta elíptica ya acostumbrada a su vida de perchero. Me pidió que calentara unos ocho minutos en la intensidad más baja. Yo pedaleaba y él tomaba notas. No podía dejar de imaginar la de rollos que se estaría pasando mi pololo en este momento. Me había tirado ya un par de frases célebres que demostraban que no le era del todo indiferente que otro hombre estuviera a solas conmigo. A Daniel, yo no lo consideraría un celoso, ni él tampoco. Pero tiene esa cuota necesaria de macho alpha territorial. Cuando supo que el entrenador vendría a mi casa su primera frase sonó más bien paternal:
-        “¿y ese entrenador no tiene un gimnasio ponte tuuuuuuú?
Entendió mi argumento de que no me quería encerrar en un gimnasio para adoptar el hábito de ejercitarme en cualquier lugar.
Y hoy temprano cuando le conté del miedo que me había metido mi amiga y del plan que tenía con el conserje su frase fue:
-        “Osea que una mina deje entrar a un musculín en su casa puede dar señales confusas, no crees tú?
Le expliqué que no era un musculín prototipo de personal trainer de película porno, se relajó y me dijo q en venganza contrataría a una profesora de yoga para que fuera a su casa (mientras no sea la de “Soltera otra vez” todo bien).
Luego del calentamiento pasamos a las sentadillas, penosos sonidos salían de mis rodillas. Y ante mi cara de plancha David me iba explicando porque sonaban, como se corregía y me alentaba a hacer 2 series más. Luego mi mat de Yoga sirvió como una perfecta colchoneta. Todo tipo de abdominales, estiramientos y repeticiones siguieron el circuito de ejercicios preparados por el profesor. Teo aprovechaba de rodar y ronronear alrededor mío. A pesar de los pronósticos de David, este se sorprendió con mi resistencia en los ejercicios. Años de yoga habían dado sus frutos. Pero aun quedaba muuuucho por delante. El siguió anotando cosas en su libreta y yo solo le pedía que no me dejara destruida en la primera clase. Empeñosa pero no mártir.
Terminó la hora de entrenamiento y debo reconocer que se me hizo corta. Fue entretenido, menos torturador de lo que había pensado y para mi suerte, David resultó no ser Jack el destripador. Pero si un entrenador informado, bien pedagógico y motivador. Quedé contenta con mi elección.
Quedamos de vernos el viernes a la misma hora y si no hace mucho frio iremos a las maquinitas del parque. Me dejó tarea para la casa eso sí. Mañana tengo que andar en bici o caminar por lo menos media hora.


Después de que el entrenador se fue, me senté en mi cama para tomarme un cafecito con leche y sin darme cuenta perdí la conciencia y desperté  a las 2 de la tarde. Estaba raja. Raja, pero feliz. El primer paso para dejar de ser una marmota había sido dado.
El resto del día lo ocupé trabajando para un pituto y contando calorías, llevando un registro de todos los alimentos que me llevé a la boca. Tarea tediosa, puesto que mi resistencia a la insulina me obliga a comer cada dos horas. Una aplicación en mi BlackBerry me ayuda a llevar un record más ordenado para no pasarme de las 1.500 calorías que tengo que comer.
A las 8 de la noche ya no daba más. Muerta de sueño y de frío me zambullí en mi cama con scaldassono prendido. Una marmota no está acostumbrada a esto, así que supongo que me descompensé, supongo. Mi único temor es que mañana no me pueda mover. O que me duela hasta el pelo. Pero hay algo que no me asusta,  porque de lo que si estoy segura es de que esta noche no escucharé historias horrorosas de crímenes en mi cabeza, me acompañará una melodía profunda y sanadora, algo así como un Réquiem para una marmota.

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