Sigo adolorida, pero mi existencia es menos patética que
ayer. Mi entrenador me dejó la tarea de buscar unas zapatillas aptas para
running. Me dio el dato de que en Irarrázaval existen varias tiendas de
descuento de buenas marcas deportivas. Así que partí con todo mi espíritu
deportivo un sábado en la mañana a buscar mis zapatillas. Tenía claro lo que
quería: que fueran oscuras, ojalá negras para que sean combinables, tal vez con
un toquecito de color, de preferencia no rosado y que fueran “piolas”, no muy
recargadas.
Parece que ha pasado demasiado tiempo desde que me compré
las últimas zapatillas deportivas. Al parecer, las dejaron de fabricar los
siempre confiables humanos y hace rato que tienen outsourcing con Júpiter o algo
parecido. ¿Qué onda las zapatillas? ¿Por qué son todas tan galácticas? Y las
que no son galácticas son las clásicas zapatillas blancas que me cargan (por
poco sentadoras, por “sucias” por ñoñas. Y en el caso de los machos ¿hay un
look más feo que un hombre con jeans y zapatillas blancas? El mocasín se le
acerca peligrosamente).
Además hay unos modelos rarísimos que parecen canoas con la
planta grande como plataforma y redondeada hacia el talón. Son la nueva promesa
de un cuerpo perfecto “con sólo caminar”. Mi entrenador ya me había advertido
de “esas” y me había pedido que no las
comprara.
Después de probarme uno que otro par encontré unas que no me
desagradaron tanto. Y a pesar que no cumplía con ninguno de los requisitos que
mencioné antes, las encontré choras. Son
más bien blancas, medio galácticas y con harto rosado…ya sé. Todo lo contrario
a lo que quería. Pero para toda la tecnología pipirisnais que tenían eran la mejor elección por precio y calidad.
Bueno el dato de David. Para alguien trapero esto es algo
así como el paraíso. Para mí, que me carga en la misma medida comprar ropa y
zapatos, fue un trámite exitoso. Ahora habrá que ver que dice el entrenador de
mi nueva adquisición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario